dijous, de febrer 10, 2005

Encuentro en Kilkenny

A continuació, part del projecte Dublin '05, La Banda del Moco, que descriu el viatge a Irlanda entre el 27 i el 31 de gener des de sentits diferents. Encuentro en Kilkenny és el text proposat per Leli Vorratxes sobre les olors del viatge.


tengo que salir de aquí, cómo puede ser que mi voluntat se desvanezca tan rápido. estaba tan claro ayer noche, cuando esa rubia salió del taxi, le dio un giro a la cabellera que lanzó al aire un olor dulzón a perfume barato, demasiado, el taxista debió pasar un mal rato, la cabina cerrada y esa joven detrás con un escote que llenaba el retrovisor, lechoso, quizá el taxista ni se immutó, debe cargar cada noche pares y pares de esas piernas blancas sembradas de poros de punta por el frío. Pero por más tiempo que paso aquí no miro esas carnes con deseo, me imaginaba a los hombres saliendo de reclusión y lanzarse a saciar hambre atrasada, y en cambio cuando salí del penal pensé que debía hacerlo casi como una obligación, porque tocaba, porque los hombres tenemos necesidades, etcétera, y ellas lo andan pidiendo, con el lenguaje primitivo de miradas y plumas, pero no pasó nada—no estaba como Seamus cantó anoche: I’ve got my mojo working.

imagino ahora que es algo parecido a lo que me pasó al bajar del avión. quizá por llevar los ojos vendados toda mi atención se centró en el nuevo olor, con algo como un recuerdo de musgo y rastrojos secos, hiriente de fresco y limpio. vi en la tele el otro día que en gran medida lo que nos gusta comer es en realidad buenos olores y yo a éstas no les noto olor, falta algo sucio, sudoroso. tan sólo algún perfume barato y lacas y cerveza. anoche ese olor que salió taconeando del taxi fue lo que me dijo tengo que salir de aquí. otro día sin nada, en las calles, y en esta cerveza, a lo mejor por contra este olor a mantequilla frita, que parece que salga de la madera, de las escaleras, de las sillas, la luz tenue del pub parece que sea la que huele a mantequilla, caliente, suave, secreta, a lo mejor este olor me retiene, me engancha a este lugar, viscoso. sea lo que sea me paro, me lo digo en voz alta pero no hago nada, y ya se está comprobando que no es así como me salen a mí las cosas. La noche que entré en la celda, y vi la ventana abierta a Gardiner Street—entonces sólo estaba abierta al aire, al reverso del olor estanco de la 3, la calle era una luz intermitente que olía al silencio de la noche y al zumbido constante del tráfico diario, como una cazuela que hierve todo el día, y que hace que la casa se confunda con el olor de las verduras, los días pasaban iguales hasta que los guardias cerraban la luz y se tapaba la olla.

Sólo sabíamos el nombre del penal, que circulaba como un rumor en una traducción dudosa, el Penal de Río Negro. los guardias hablaban de sus vidas cuando salíamos a fumar al patio y andábamos en círculos a su alrededor, pero nadie entendía lo que decían, nadie sabía que lengua era esa hecha de crujidos y raspaduras, un habla de frío y pan crujiente, que olía a peligro, a la humedad podrida de la celda de castigo, a las letrinas asfixientes de la celda número 3 que te tocaba limpiar por cualquier memez o capicho sádico de los guardias. nuestras voces debían oler a miedo, y cuando nos veían se les abrían las aletas de la nariz, como los perros ellos se ponían alerta y enseñaban los dientes. bajé esa noche a buscar una manta y pensé lo está oliendo, la sala está callada y limpia, sólo se huele mi miedo, y me odia, porque no entiende lo que digo y cree que lo digo por joder, para dejarlo en evidencia, y es nuevo, y tiene que imponer una autoridad que sus ojos de niño no imponen, y ahora se le arruga el entrecejo y me odia, y me chilla en la jerga oscura que retumba en las paredes. se protegía atacando, lo que me faltaba, un guardia con ojeriza, que me distinga de la masa de reclusos, que centré su odio en mí. él me miraba, me seguía, lo olía de espaldas cuando se me acercaba, y es que algo diferente debía tener, una brisa a ramas secas del desierto que nunca lo abandonó, porque en la galería 3 todos olíamos igual, la mantequilla decían algunos hace tirarte estos pedos o el picante del pollo de la cena de los sábados nuestra comida de fiesta. Los primeros días me asusté al olerme, al notar esos aires que me salían descontrolados y en silencio pero nadie se giraba, daba igual quién había sido porque todos podíamos ser, la galería 3 olía a pedo me dijeron.

Un día al salir del baño de dentro me siguió mi rastro, penetrante, lacerante, asqueroso. él abrió la ventana. y yo me fui, me fui, dejando detrás de mí una ventana abierta y al guarda que me miraba, esa piel morena tan distinta de los otros guardias, blancuzcos, que no movían los ojos al hablar, sólo la mandíbula musculosa y cruel, lo dejé de pie, mirando con esa mirada tensa que creí que era miedo y era desespero y silencio. Pero el día que entré en la celda vacía y vi el ventanal a Gardiner Street abierto dejé mi toalla en el suelo y simplemente trepé por las literas, y pasando las piernas por arriba me dejé caer en la calle, y empece a correr, y corrí muchas horas, hasta que olí el mar y las olas me cerraron el paso. No pensé qué estaba haciendo, no pensaba esto es una fuga, me he ido, o soy libre, era un humo que de repente encuentra una rendija y por allí se cuela, y que estaba equivocado, no había cedido, no estaba derrumbado, lo que creí una derrota, en el avión del ejército que me trajo a la isla, con mis rodillas apretadas contra el asiento de delante, era espera, hibernación, coraza para los golpes, pero el animal estaba dentro, a punto, dormitando pero vivo.


llevó tiempo confundido en esta mezcla de gentes que viene a la isla atraída por el dinero. Una vida fácil, los contactos se mantienen en una superfície de broma o camaradería, de falsas complicidades del momento y el alcohol. Gente que se entiende a medias porque nadie habla lo mismo, que se ríen de los chistes que medio entienden porque es lo mejor que se puede hacer y lo más divertido. Gente que no son nada para mí, ni yo nada para ellos, que se encuentra en los bares y las fiestas, y donde no es extraño que no hables de tu pasado, porque a nadie le importa en este eterno presente, porque mañana te habrás ido y llegaran nuevas caras que romperán el sopor que nos mantiene vivos. huí de la cercanía, de la intimidad que da derecho a la pregunta, huí de esa brasileña que parecía india porque trabajaba en un restaurante indio y el cuello y la ropa le olían a curry, pero si pude huir de eso pechos que olían a mangos abiertos al sol, cómo no voy a poder marcharme de aquí? cada día que pasa me expongo más, he ido reconociendo el camino que hice en esa noche loca de carrera hacia delante hasta que al final he encontrado la calle, el penal, les he encontrado el nombre, penal de Doft Lynn, Gardiner Street. Me he acercado demasiado, ya no creo que me protega el aspecto de irlandés desaliñado, ni que me confunda con los jóvenes que salen cada noche y vomitan por las calles. Podrían verme, deben buscarme, él mismo, cuando acaba su turno debe ir por las calles buscándome, si lo viera sería como si de repente llevara un neón, un cartel enorme, por esta misma ansia que me hace caminar y al final me lleva a Gardiner Street, como si quisiera volver. Cada noche cuando me quito los zapatos y el olor a amoníaco de mis calcetines me hace casi llorar pienso en él, como otras veces lo olí antes de verlo, de pie detrás de mí, me hizo un gesto para que lo siguiera hasta la infermería y me dio unos polvos para los zapatos, sin palabras, sin más gestos, me lo dio y me fui. imaginé que los compañeros de la 3 se habían quejado, me chillaban cada noche y me hicieron dormir en la cama más alejada, cerca de la ventana donde hacía más frío.

O sea que no puede ser, y como en los días que viajes en autobús sin saber a donde me enseñaron que estaba en una isla, porque el mar se olía en todas direcciones, cojo uno, ahora sé donde voy, al sur, a una ciudad que me recuerda el nombre de un whisky. Y cuando llegó hago el turista, visito lo que toca visitar, voy con el grupo a oir las explicaciones de la guía y digo ooh como todos y aprecio el fasto de quien pudo tener todo esto gracias al trabajo de los que sudaron prudentemente más allá de los muros del castillo, los cuadros, los mármoles, los tapices. y aquí como en muchos otros sitios, aunque haga tiempo que dejé la 3 y su dieta, siento el olor de los pedos que no me abandonan, ese recordatorio, esa marca. Me giro cuando me doy cuenta de que yo no he sido, realmente este olor a galería 3 lo ha provocado otra cosa, otro. Ahí está él, siguiendo el dedo de la guía hacia una retrato de una mujer pálida vestida de raso, tan distinta a él, ocuro como un datil, como un té de perfume dulce. Me muevo, me pongo en la zaga del grupo, que avanza hacia otras habitaciones. No sé si me ha visto, si mi boina perenne y mi barba y mi aspecto le ha despistado. que no, que está ahí porque yo estoy, porque es mi guardia y perseguidor, y ahora sé que él abrió esa ventana, que me miraba preguntando y deseando, y me acerco cuando el grupo está ocupado mirando el diseño de las bigas, una mezcla de tres, o más, estilos, y me pongo a su lado y me libero, dejo ir esos aires que salen de mis entrañas. pasan unos segundos, me esfuerzo por mirar arriba, a las senefas y los capiteles, incapaz de mirarlo, siquiera de reojo, pero no veo nada, los mármoles y las bigas, sólo me parece que es el pedo más impresionante que me haya tirado nunca y que él tiene que olerlo, es imposible que no lo huela, toda la sala debe olerlo, hasta los duques y reinas de los retratos, que no se podrá entrar en esa sala nunca más sin oler ese tufo nauseabundo que penetrará las maderas como si fuera sándalo. Y noto su mano que agarra la mía, y sé porque no me he ido, que en las barras y las cervezas te buscaba, que el viento helado que sopla tierra adentro, ese olor a alga y frailecillo no me retenía en la isla, sinó que esperaba que me encontraras, mi guardia, mi querido perseguidor.