dijous, de febrer 24, 2005

Five letters: Basic instructions before leaving Earth
Answer: Bible

dimecres, de febrer 23, 2005


muse forever!


¡Qué pequeños!

dimarts, de febrer 22, 2005

més pels verbívors

a Verbalia ens redireccionen a un fòrum anomenat 'L'extintor de mots', on es poden suggerir les paraules que esborrarieu del món si en tinguéssiu l'oportunitat. Nostamal..
o directament al fòrum
Palíndrom verbívor del dia:
'Roda com mocador'

dilluns, de febrer 21, 2005

pues no lo haces mal, cariño..
CALÇOTADA 2005

Amb l'excusa del meu aniversari..

..i la col·laboració dels millors xefs, entregats


i la flor i nata del món social, polític i cultural


Després de molta estona i ampolles buides..

..i alguns brevatges d'orígen desconegut..

la cosa es va posar perillosa..

divendres, de febrer 18, 2005


'¡Ana, caracóles! Sé loca, rácana!'
Alvarillo
El Psico-Fabuloso mundo de los Pirulas

'Arre, parece donut: penetra soplada de vela. La levedad al posarte, neptuno de cera, perra.'
Nacho

Palíndroms


'Átame, sé tecno mamon o mi mono mamoncete se mata'

de Nacho (més cosetes seves a http://www.geocities.com/nachotururu/)


La Banda del Moco en Kilkenny


Marcos en Kilkenny


castell de Kilkenny


castell de Kilkenny

dimecres, de febrer 16, 2005

The Bogey Band

Otro texto del proyecto Dublin '05, por El Ogro del Sí. En este caso, lo que se oyó en el viaje ha inspirado este tremendo relato.
The Bogey Band

Aquel entreverado día presagio del invierno quiso reinventar el lugar como punto de referencia sobre el que hacer girar todas las decisiones que tomarían de ahí en adelante. Quizá la historia se los tragaría a los cuatro bajando desde esa escalera precipitada de la torre, con tanta urgencia como un relato a medio construir. Los pasos de Oscar no suenan ya del mismo modo que los de los otros. Son una cadencia misteriosa de bajo, aparecen y desaparecen con la misma intención de las olas golpeando el paredón de levante, o se precipitan como un resbalón de la huella de su pie en los baños de Forty Foot.

“Otra escala de “Mi” bajando por estos escalones, permaneciendo en algunos como si fuesen diferentes a los otros, como si hubiera algo que les diera más poder para preferirlos, y subir de nuevo, siempre volviendo atrás como recordando, pero sin saber realmente por qué se está allí de nuevo. La sombra de mi ridículo pie de talla 40 silbando al resbalar y mi culo sobre el suelo recordando el aplauso que acaba de dar al rebotar. Parece como si la música hubiera de sobreponerse a cualquier vergüenza, como si me redimiera sin la necesidad de sumergirme en esta playa purificadora para quedar limpio. El ruido de los poros del cemento abriéndose paso entre los años al absorber el agua y la sal, haciéndose cada vez más poderosos, creando a partir de la nada. No está tan fría como pienso, pero mejor no dudarlo; si no, me marcho ahora mismo y me olvido de lo que vine a hacer porque no tiene sentido alguno. En estos momentos hay que ser frío pero al mismo tiempo poco calculador. Actuar como un loco para recuperar la cordura, cerrar los ojos, escuchar esa línea de Tony Levin, sube de dos en dos y baja una a una, quizá era de esa canción de Chet Baker, esta noche nadie la tocará sin embargo. Baja como los escalones de la torre, tan grave, y tan sencilla a un tiempo. Sube de nuevo, creo que he olvidado la toalla y eso sí que puede ser doloroso. Ella me lo recriminaría, como si lo hubiera hecho a propósito, soy persona de olvidos, puedo replicarle, tengo mis recursos, la mayoría de las veces excusas. Ahora ya viene de nuevo preparada para abajo, dos saltos en el último escalón y se sumerge en la mínima profundidad que se alcanza con ese impulso. Ah, terrible, es el golpe del martillo en el yunque, el sonido del metal directo a la cabeza, haciéndose burbuja única de respiración contenida. Ah, fuera, fuera, cuerpo de palo de lluvia chorreando, repiqueteo del minutero del reloj contra el pavimento de hielo. ¿Dónde estás toalla, tú también me traicionas? Irremediable respiración entrecortada, suspiro urgente que otra vez hace desaparecer la escala.

Según todos los precedentes un concierto más, no será distinto de otro. La misma banda sin expectativas de salir de la ciudad, tocando en el mismo local, haciendo desaparecer por unos minutos el miedo al fracaso, a lo vacío, a una vida sin expectativas en el puerto, limpiando la cubierta musgosa de un barco siempre anclado, intentando sacar un nuevo ritmo oxidado del cepillo y fijándose en cada tornillo, por separado primero, como un todo armónico después, sacándolos y colocándolos cada uno en un sitio diferente siempre haciéndolos encajar perfectamente, sin provecho aparente. Pero si las piezas encajan, si la carcasa de ese barco aguanta toda la presión que recibe como si hubiera sido construida ayer, por qué no podían hacerlo ellos. Debutar en un ambiente adverso, sentir el miedo directamente del corazón y comenzar una canción siguiendo su ritmo con el bombo, las manos posadas sobre la caja y las baquetas dejándose llevar por el temblor de las manos, sin control alguno sobre el escenario. Pueblo extraño tan lejos del éxito, escondido en el mapa, azuzado por marineros letones, búlgaros, polacos y hasta eslovacos que son la imagen de su suerte. Las manos de una piel que se tensa demasiado hasta romperse en sonido hueco y abombado.

“¿Cómo no le importa nada a él que siempre se queja de la poca proyección? No entiendo nada. Ni un comentario que ayude a hacer más fuerte la base de esta estructura de hierro forjado y acero que es la única que puede aguantarnos. Nada, demasiado profundo para él. Y yo que no comprendo por qué jamás le gustó bucear. Samuel – me dice- , tenemos que hablar para sacar todo esto de aquí, no tiene sentido vivir en este estanque. Puerto de aguas inamovibles digo yo, oscura sensación de lo pegajoso de la superficie adhiriéndose a la cubierta, sonido viscoso de sus palabras. Ecos del aullido de la gaviota que se cuela entre los espejos sujetos al mástil por nudos marineros, rebotando entre las latas que a la tarde sirven para nuestro café, creando esa melodía macabra, que es el silbido de la moira cortada por el viento, mezcla de la tremenda voz de Molly llamando a los ancestros y el mal augurio de la gravedad de Oscar, siempre pensando en sí mismo, como si The Bogey Band fuese tan sólo eso, la muerte cantando desafinada. El ancla también entona su canto, gorgorito del puerto de los encantos al que deberíamos llegar descifrando su verdad. Con la ayuda de la guitarra de James. No puedo escuchar nada más sincero que sus acordes, nada más entero que su mano acariciando el arpegio y llamando a Molly, que es el hada que redondea la magia, la conexión que crea el espíritu común, la musa para todos. Tap tutupaptum patatatum, tap tutupaptum pa, papap tum ¡Oscar! No, estoy solo.

En el hechizo del paraje más verde, persiguiendo algún recuerdo que traer al corazón con resplandor de luz nueva, de sol primerizo, de rayo amaestrado como sus cabellos. Cabalga entre los árboles hasta que el caballo no puede aguantarlo más y sale del bosque; su tesoro más preciado, el amor incendiado en la sedosa crin del animal fabuloso. Baja y lo deja descansar, sale corriendo hacia el lago, a buscar la espada mágica o a fundirse con la leyenda. Camina entre pequeños montículos de paja esperando ser tragada y no lo consigue. Moja sus pies con los de la historia sintiendo el regocijo de la canción. A lo lejos suena una gaita, más cerca el violín y la flauta, como descendiendo de la hermana pequeña de una colina por la carretera hacia el lugar donde está ella. Se perfila desde sus labios, invoca la presencia de los que allí vivieron durante tantos años, la presencia de ellos que es su mismo espíritu deslavazado. Su silueta recortada por la tenue sombra del árbol de brazos como animales prehistóricos, símbolo de la tierra.

“Jirones de lana con apariencia frustrada en el alambre de la empalizada, diseños de jersey a medio pensar, el punto clavado en el hombro derecho. Han huido todas de aquí, sabedoras de su destino, punto blanco como el silencio, o borboteo de cocido con cerveza
Larará rarará rararara, larará rarará neroní…
Sing Molly Malone
The song of those days
Cabbage and celery in your hair

Sing Molly Malone
What do they say
About the kids and the rain

Sing Molly Malone
The cart before the horse
The horse before your pains

Sing Molly Malone
Keep singing along
The song of those days

Larará rarará rararara, larará rarará neroní


Cruje la madera bajo el pie. James dice que nada inspira más que oír el fuego quebrar un tronco entre las llamas. Mirando a la hoguera con su guitarra convenciendo a los troncos de cuándo es el momento oportuno para partirse, desprender el destello que corta el silencio, chasquear mezclándose con el calor del sueño creado. Notas de discordancia en la sintonía de su mirada, penetrando todos los instrumentos, haciéndolos bailar como sólo él sabe, introduciéndonos a todos en el juego con su naturaleza espontánea. Larará rarará. Suerte que está aquí. Esta noche tendré tanto miedo que el whisky no me calmará pero si entro en sus ojos y lo veo tan convencido como cada una de las notas del arpegio que da entrada a nuestro cabaret… De la hierba recojo la magia, roce de brizna que me toca y alza la voz para colarse en los oídos como un conjuro, de estas piedras agarro la fuerza, del rugido de la roca a lo largo de los siglos, del sonido de su piel desgastada, del cielo la amenaza y el bramido del trueno, de la tierra la esencia callada del tiempo.

La ciudad no dice nada. Ha hecho callar a todos los músicos de Temple Bar, para concentrarlos en otros misterios, otra historia que contar. En la calle sólo tintinean las monedas que pide el negro a los turistas, percutiendo el cubo de hojalata, cuando la música de su reproductor queda bloqueada por una mota de polvo que viene desde O’Connell Street buscando el lugar preciso para posarse, cansada por el vuelo, sabia. Y su voz que es la del maldito Capitán Morgan, bastardo inglés llamando a los transeúntes a la feria, ganándoselos con el sonido a ron, recordando el fluir del líquido entre los hielos. James sale por la puerta de servicio del Daily Telegraph y prepara lo que será la noche recorriendo la misma calle de siempre, esta vez sólo animada por el contorsionista que coloca una barra inverosímil sobre dos botellas de cerveza, la espalda apoyada en el suelo para hacer su número imposible.

“Que por una vez lo consiga. Que no sea el fraude de siempre, recogida mísera de monedas para engañar al turista con un truco que jamás ha hecho. Pero hoy lo va a hacer. No me lo creo, pero lo va a hacer. ¿Cómo? Pasar su cuerpo por debajo de una barra a 20 centímetros del suelo como si la gravedad no existiera. Eso sí que cambiaría las cosas. No el ruido de los coches y las persianas a medio abrir, no el semáforo con su aviso de chicharra constipada para los ciegos, no esa imitación de motor de Lambretta a punto de ahogarse, o las voces del barrio latino, o la sirena de los barcos que pretenden la huída, el chirriar de la cadena de la grúa contra el cielo encapotado, la melodía inaudita. ¡Dios! Sus zapatos arrastrando el deslizar seco de polvo de adoquín, África en el aire, ohs desde los balcones, el aplauso sin medida, ovación de diablo celebrado, niño de pecas y flequillo chiflando el eterno retorno, escándalo de bullicio y masa contenta, nuevo tintineo de monedas, esta vez honesto, desprendido de la ronquera del prejuicio. Nananana ná nana, nananana ná na, noní na noní naaah. Esto sólo puede significar que todo saldrá bien esta noche. Todas las bocas cerradas, nadie pide cerveza, que nadie se atreva a hacer un ruido minúsculo, nada. Anuncio del éxito suena mi guitarra sin envidia, el arpegio divino que los llama a todos, comunión de los irlandeses en el fluir del alma de las cuerdas, choque de cristales en brindis entrando a tiempo, armonía en los comentarios de hombres locos y borrachos”.


Quizá en el templo de la música sin saberlo todavía, rodeados de leyendas que susurran canciones añejas. Conversaciones en la puerta con la compañía de un cigarro. Puertas adentro reina el silencio de la expectación, hasta los más alcohólicos permanecen sentados, a pesar de disponerse a presenciar el mismo espectáculo de cada domingo. El último chorro de cerveza del barril sorprende con su estruendo de vómito a todos escuchando. Pero la banda aún no ha aparecido y nada indica que lo vaya a hacer. No está la batería de Samuel, sino la que retumba siempre que hay una jam session; ni los instrumentos de los otros chicos; ni Molly se confunde entre el auditorio calentando la voz como suele hacerlo. En algún lugar de la ciudad imaginaria una lucecita de alarma se ha encendido y lleva sonando horas sin que el público lo sepa, como una puerta trasera abierta con la confianza que la noche da a los extraños. En algún lugar se ha tomado una decisión de la que nadie se ha percatado. Es la calle la que se llena ahora de luces. Sólo una pareja que se acaba de conocer gracias a un cigarrillo ha percibido el sonido desde el otro lado de la calle. Suena un arpegio mágico durante cuatro compases. Después la voz de la tierra se insinúa en los pliegos de su falda. Ahora un bajo comienza a recordar su línea atacando los armónicos uno a uno hasta derramarse entero a los pies del bombo macizo y la nota aguda de una caja con el sonido de una espada que violenta otra espada. Los amantes ya están frente a ellos y lo demás es poesía:

Las rocas devorando el agua, estómago de olas del océano. Alga impregnada del sonido coralino de la boca. Monstruo de hierro que llora, la figura ebúrnea del capitán, mirando el barco desde tierra. Sueño húmedo de la mujer druida en el arco fuerte del castillo, llamando a las raíces desde el centro de la tierra. Diálogo de estrellas, guiños, la sonrisa de la luna atrapada en el escudo arrojado al suelo sin violencia, las rodillas vencidas, el lazo de los cuerpos. Imperturbable mirada de los ángeles frente al espejo

dimarts, de febrer 15, 2005

Dublin '05

Glendalough

Hoy, entre los dos lagos,
Hemos visto el ocre del agua delatando un mundo de raíces.
Hoy ese mundo subterráneo ha abierto su gran ojo verde
Y nos ha mirado.

Allí los arboles se juntan por manadas
Mientras que algunos, solitarios,
Se tiran por las pendientes
Hasta entender que la aspiración de todo árbol es alcanzar el cielo.

Hoy, entre los dos lagos,
Hemos visto legiones de bosque diminuto
Trepando por los troncos
Pintándolos, abrigándolos.


Y al final del día, en la noche,
Fuimos, sin darnos cuenta, pura montaña
Aire puro y ligereza
Pensamiento agradecido al tiempo de vivir
Que se dobla y se propone como un abrazo
Como si nunca hubiera existido entre nosotros
el cemento y el frío
Y reímos hasta el amanecer.




El irlandés errante

En las ultimas horas, cuando todo termina,
y la herencia del rok fluye delante nuestro
como el alcohol exhausto de unas ramas celestiales
sentimos una brizna de nostalgia por haberles visitado
a estos isleños entrañables, hijos del frío,
la niebla
y el amor tan castigado.
Raspa Blanca

dijous, de febrer 10, 2005

Encuentro en Kilkenny

A continuació, part del projecte Dublin '05, La Banda del Moco, que descriu el viatge a Irlanda entre el 27 i el 31 de gener des de sentits diferents. Encuentro en Kilkenny és el text proposat per Leli Vorratxes sobre les olors del viatge.


tengo que salir de aquí, cómo puede ser que mi voluntat se desvanezca tan rápido. estaba tan claro ayer noche, cuando esa rubia salió del taxi, le dio un giro a la cabellera que lanzó al aire un olor dulzón a perfume barato, demasiado, el taxista debió pasar un mal rato, la cabina cerrada y esa joven detrás con un escote que llenaba el retrovisor, lechoso, quizá el taxista ni se immutó, debe cargar cada noche pares y pares de esas piernas blancas sembradas de poros de punta por el frío. Pero por más tiempo que paso aquí no miro esas carnes con deseo, me imaginaba a los hombres saliendo de reclusión y lanzarse a saciar hambre atrasada, y en cambio cuando salí del penal pensé que debía hacerlo casi como una obligación, porque tocaba, porque los hombres tenemos necesidades, etcétera, y ellas lo andan pidiendo, con el lenguaje primitivo de miradas y plumas, pero no pasó nada—no estaba como Seamus cantó anoche: I’ve got my mojo working.

imagino ahora que es algo parecido a lo que me pasó al bajar del avión. quizá por llevar los ojos vendados toda mi atención se centró en el nuevo olor, con algo como un recuerdo de musgo y rastrojos secos, hiriente de fresco y limpio. vi en la tele el otro día que en gran medida lo que nos gusta comer es en realidad buenos olores y yo a éstas no les noto olor, falta algo sucio, sudoroso. tan sólo algún perfume barato y lacas y cerveza. anoche ese olor que salió taconeando del taxi fue lo que me dijo tengo que salir de aquí. otro día sin nada, en las calles, y en esta cerveza, a lo mejor por contra este olor a mantequilla frita, que parece que salga de la madera, de las escaleras, de las sillas, la luz tenue del pub parece que sea la que huele a mantequilla, caliente, suave, secreta, a lo mejor este olor me retiene, me engancha a este lugar, viscoso. sea lo que sea me paro, me lo digo en voz alta pero no hago nada, y ya se está comprobando que no es así como me salen a mí las cosas. La noche que entré en la celda, y vi la ventana abierta a Gardiner Street—entonces sólo estaba abierta al aire, al reverso del olor estanco de la 3, la calle era una luz intermitente que olía al silencio de la noche y al zumbido constante del tráfico diario, como una cazuela que hierve todo el día, y que hace que la casa se confunda con el olor de las verduras, los días pasaban iguales hasta que los guardias cerraban la luz y se tapaba la olla.

Sólo sabíamos el nombre del penal, que circulaba como un rumor en una traducción dudosa, el Penal de Río Negro. los guardias hablaban de sus vidas cuando salíamos a fumar al patio y andábamos en círculos a su alrededor, pero nadie entendía lo que decían, nadie sabía que lengua era esa hecha de crujidos y raspaduras, un habla de frío y pan crujiente, que olía a peligro, a la humedad podrida de la celda de castigo, a las letrinas asfixientes de la celda número 3 que te tocaba limpiar por cualquier memez o capicho sádico de los guardias. nuestras voces debían oler a miedo, y cuando nos veían se les abrían las aletas de la nariz, como los perros ellos se ponían alerta y enseñaban los dientes. bajé esa noche a buscar una manta y pensé lo está oliendo, la sala está callada y limpia, sólo se huele mi miedo, y me odia, porque no entiende lo que digo y cree que lo digo por joder, para dejarlo en evidencia, y es nuevo, y tiene que imponer una autoridad que sus ojos de niño no imponen, y ahora se le arruga el entrecejo y me odia, y me chilla en la jerga oscura que retumba en las paredes. se protegía atacando, lo que me faltaba, un guardia con ojeriza, que me distinga de la masa de reclusos, que centré su odio en mí. él me miraba, me seguía, lo olía de espaldas cuando se me acercaba, y es que algo diferente debía tener, una brisa a ramas secas del desierto que nunca lo abandonó, porque en la galería 3 todos olíamos igual, la mantequilla decían algunos hace tirarte estos pedos o el picante del pollo de la cena de los sábados nuestra comida de fiesta. Los primeros días me asusté al olerme, al notar esos aires que me salían descontrolados y en silencio pero nadie se giraba, daba igual quién había sido porque todos podíamos ser, la galería 3 olía a pedo me dijeron.

Un día al salir del baño de dentro me siguió mi rastro, penetrante, lacerante, asqueroso. él abrió la ventana. y yo me fui, me fui, dejando detrás de mí una ventana abierta y al guarda que me miraba, esa piel morena tan distinta de los otros guardias, blancuzcos, que no movían los ojos al hablar, sólo la mandíbula musculosa y cruel, lo dejé de pie, mirando con esa mirada tensa que creí que era miedo y era desespero y silencio. Pero el día que entré en la celda vacía y vi el ventanal a Gardiner Street abierto dejé mi toalla en el suelo y simplemente trepé por las literas, y pasando las piernas por arriba me dejé caer en la calle, y empece a correr, y corrí muchas horas, hasta que olí el mar y las olas me cerraron el paso. No pensé qué estaba haciendo, no pensaba esto es una fuga, me he ido, o soy libre, era un humo que de repente encuentra una rendija y por allí se cuela, y que estaba equivocado, no había cedido, no estaba derrumbado, lo que creí una derrota, en el avión del ejército que me trajo a la isla, con mis rodillas apretadas contra el asiento de delante, era espera, hibernación, coraza para los golpes, pero el animal estaba dentro, a punto, dormitando pero vivo.


llevó tiempo confundido en esta mezcla de gentes que viene a la isla atraída por el dinero. Una vida fácil, los contactos se mantienen en una superfície de broma o camaradería, de falsas complicidades del momento y el alcohol. Gente que se entiende a medias porque nadie habla lo mismo, que se ríen de los chistes que medio entienden porque es lo mejor que se puede hacer y lo más divertido. Gente que no son nada para mí, ni yo nada para ellos, que se encuentra en los bares y las fiestas, y donde no es extraño que no hables de tu pasado, porque a nadie le importa en este eterno presente, porque mañana te habrás ido y llegaran nuevas caras que romperán el sopor que nos mantiene vivos. huí de la cercanía, de la intimidad que da derecho a la pregunta, huí de esa brasileña que parecía india porque trabajaba en un restaurante indio y el cuello y la ropa le olían a curry, pero si pude huir de eso pechos que olían a mangos abiertos al sol, cómo no voy a poder marcharme de aquí? cada día que pasa me expongo más, he ido reconociendo el camino que hice en esa noche loca de carrera hacia delante hasta que al final he encontrado la calle, el penal, les he encontrado el nombre, penal de Doft Lynn, Gardiner Street. Me he acercado demasiado, ya no creo que me protega el aspecto de irlandés desaliñado, ni que me confunda con los jóvenes que salen cada noche y vomitan por las calles. Podrían verme, deben buscarme, él mismo, cuando acaba su turno debe ir por las calles buscándome, si lo viera sería como si de repente llevara un neón, un cartel enorme, por esta misma ansia que me hace caminar y al final me lleva a Gardiner Street, como si quisiera volver. Cada noche cuando me quito los zapatos y el olor a amoníaco de mis calcetines me hace casi llorar pienso en él, como otras veces lo olí antes de verlo, de pie detrás de mí, me hizo un gesto para que lo siguiera hasta la infermería y me dio unos polvos para los zapatos, sin palabras, sin más gestos, me lo dio y me fui. imaginé que los compañeros de la 3 se habían quejado, me chillaban cada noche y me hicieron dormir en la cama más alejada, cerca de la ventana donde hacía más frío.

O sea que no puede ser, y como en los días que viajes en autobús sin saber a donde me enseñaron que estaba en una isla, porque el mar se olía en todas direcciones, cojo uno, ahora sé donde voy, al sur, a una ciudad que me recuerda el nombre de un whisky. Y cuando llegó hago el turista, visito lo que toca visitar, voy con el grupo a oir las explicaciones de la guía y digo ooh como todos y aprecio el fasto de quien pudo tener todo esto gracias al trabajo de los que sudaron prudentemente más allá de los muros del castillo, los cuadros, los mármoles, los tapices. y aquí como en muchos otros sitios, aunque haga tiempo que dejé la 3 y su dieta, siento el olor de los pedos que no me abandonan, ese recordatorio, esa marca. Me giro cuando me doy cuenta de que yo no he sido, realmente este olor a galería 3 lo ha provocado otra cosa, otro. Ahí está él, siguiendo el dedo de la guía hacia una retrato de una mujer pálida vestida de raso, tan distinta a él, ocuro como un datil, como un té de perfume dulce. Me muevo, me pongo en la zaga del grupo, que avanza hacia otras habitaciones. No sé si me ha visto, si mi boina perenne y mi barba y mi aspecto le ha despistado. que no, que está ahí porque yo estoy, porque es mi guardia y perseguidor, y ahora sé que él abrió esa ventana, que me miraba preguntando y deseando, y me acerco cuando el grupo está ocupado mirando el diseño de las bigas, una mezcla de tres, o más, estilos, y me pongo a su lado y me libero, dejo ir esos aires que salen de mis entrañas. pasan unos segundos, me esfuerzo por mirar arriba, a las senefas y los capiteles, incapaz de mirarlo, siquiera de reojo, pero no veo nada, los mármoles y las bigas, sólo me parece que es el pedo más impresionante que me haya tirado nunca y que él tiene que olerlo, es imposible que no lo huela, toda la sala debe olerlo, hasta los duques y reinas de los retratos, que no se podrá entrar en esa sala nunca más sin oler ese tufo nauseabundo que penetrará las maderas como si fuera sándalo. Y noto su mano que agarra la mía, y sé porque no me he ido, que en las barras y las cervezas te buscaba, que el viento helado que sopla tierra adentro, ese olor a alga y frailecillo no me retenía en la isla, sinó que esperaba que me encontraras, mi guardia, mi querido perseguidor.

concrete poetry

WATCH OUT!
There's a thief
ab ut

Henri

'On the flagstones, still visible under a coating of ice, some child had scrawled a game of noughts and crosses in red tailor's chalk. You play, you win, you play, you lose. You play. It's the playing that's irresistible. Dicing from one to the next with the things you love, what you risk reveals what you value.'
Jeanette Winterson, The Passion

divendres, de febrer 04, 2005

Verbalia

Aina, Tell, Alí: i la lletania?
Cada dia un palíndrom a
el país dels verbívors

dijous, de febrer 03, 2005

ola de frío polar

Beautiful
is the
unmea
ning
of(sil
ently) fal
ling(e
ver
yw
here)s
Now.
E.E.Cummings

Dante

A ciascun'alma presa e gentil core
nel cui cospetto ven lo dir presente,
in ciò che mi rescrivan suo parvente,
salute in lor segnor, cioè Amore.
Già eran quasi che atterzate l'ore
del tempo che onne stella n'è lucente,
quando m'apparve Amor subitamente
cui essenza membrar mi d'à orrore.
Allegro mi sembrava Amor tenendo
meu core in mano, e ne la braccia avea
madonna involta in un drappo dormendo.
Poi la svegliava, e d'esto core ardendo
lei paventosa umilmente pascea:
appreso gir lo ne vedea piangendo.
Dante, Vita Nova

dimarts, de febrer 01, 2005

Un cuento

Este artículo apareció en EL PAÍS. Como un aparte, os comento que el escritor tuvo un susto el día que leyó su nombre en orden inverso: Satam Aliv.E


Una casa en China
EL PAÍS, domingo 24 de octubre de 2004

En mi familia, las relaciones con China son muy antiguas. Mi hermana Tere se enamoró, a finales de los sesenta, de la pintura china en el taller de Sainz de la Maza del paseo de Gràcia de Barcelona. Allí ella se instruyó en la técnica de la los pinceles sobre el papel de arroz y al mismo tiempo estudió taoísmo y otras corrientes filosóficas y aprendió a interpretar escritura china. Cuando todos mis amigos eran maoístas, mi hermana les sacaba una ventaja increíble a todos. Pintaba como una paisajista china de la época de Velázquez. Su pintura clásica dejaba estremecidos a los amigos que blandían el posmoderno Libro Rojo de Mao. Era algo tan asombroso que gasta salió en el No-Do, donde hablaron de la primera pintora china de Catalunya.

Hemos hablado ella y yo, estos días, de los ojos rasgados de Maragall y Artur Mas abriendo caminos en el Lejano Oriente. Mi hermana ahora da clases de técnica de pintura china y no ha parado de evolucionar artísticamente desde aquellos comienzos académicos. Sus cuadros ahora son una original fusión de dos culturas, son cuadros chinos filtrados por una visión occidental. Desde finales de los sesenta no ha dejado de investigar en la tradición pictórica china y de viajar a París, donde visitaba a Ung-No Lee, su guía y maestro. A la muerta de éste, decidió que había llegado la hora de conocer el lejano país que tan misteriosamente la inspiraba y, un buen día, se fue a China. Todos fuimos a despedirla al aeropuerto. Volvió y dijo que China era tal y como la había soñado.

En los últimos años, ha viajado varias veces a su país favorito y ahora es un pozo de sabiduría rara. La ha acompañado variada gente en sus incursiones en busca del embrujo de Shanghai. Y en una de ellas, no hace mucho, a una amiga que la acompañaba le sucedió algo que es de puro cuento chino. Cuando me lo contó, me impresionó bastante. La amiga—pongamos que se llama Marta, pues no desea que se conozca su verdadero nombre—soñó que caminaba por un extrañó sendero campestre, lo soñó en el avión que la llevaba con mi hermana a Pekín. Soñó que ascendía por una colina cuya cima estaba coronada por una maravillosa casa roja, rodeada de un jardín exuberante. Incapaz de ocultar su encantamiento, llamaba a la puerta de la casa, que finalmente era abierta por un anciano de larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Estaban ya llegando a Pekín.

Tres días después, en las afueras de Shanghai, viajaba en coche con mi hermana y un intérprete cuando a mano derecha vio el sendero campestre de su sueño. Tironeó la manga del intérprete, que era el conductor, e hizo que detuviera el automóvil. Poco después, subían a pie los tres por el sendero, Marta con el corazón encogido. No le extrañó ver que el camino subía enroscándose hacia la cima de la frondosa colina y les dejaba ante la casa roja, cuyos menores detalles recordaba ella en ese momento con la máxima precisión. Era como si hubiera estado siempre allí. Mi hermana, un tanto ajena todavía al sueño de su amiga, comentó que era una casa muy bonita para ser pintada. El mismo viejo, aunque sin barba, les abrió la puerta. A diferencia del sueño, en esta ocasión Marta pudo hablar con el anciano, al que le preguntó si estaba en venta la casa. Lo estaba, pero el viejo le aconsejó que no la comprara. “Esta casa, hija mía, está frecuentada por un fantasma”, le explicó el anciano. Se produjo un breve silencio. La amiga de mi hermana le preguntó al intérprete si había traducido bien. “Sí”, dijo el intérprete. “¿Y quién es ese fantasma?”, preguntó ella. “Usted”, dijo el anciano y cerró suavemente la puerta.

Enrique Vila-Matas

motto

'Fielding did not even want to pull him up;
he had dulled his craving for verbal truth
and craved chiefly for truth of mood.'
E.M.Forster, A passage to India

7 letters (2 words)

'The unspeakable in pursue of the uneatable:
fox hunt'
Dublin, January 2005, Irish Bilbo, after
Wilde, in A Woman of no Importance